Los monos de la Selva de Mundamante, estaban preocupados, pues desde hacía un tiempo habían recibido quejas contra los loros. Se decía que éstos, se pasaban la vida parloteando de tal forma, que ya se habían transformado en una molestia para todos, no solo chinchorreaban entre ellos, sino que se metían con el vecindario. El alboroto del permanente parlanchineo de cotorras, cotorritas y cotorrones, era insoportable. Nadie podía aceptar pacientemente tal situación. Así fue que los monos, decidieron hacer una reunión con todos los animales, para consultar al más sabio de los habitantes de la región: el Búho. El señor Búho muy complacido, concurrio al concilio, en él, cada uno de los animales habló del tema. Larga y muy alta, fue la exposición de la Señora Jirafa; con gran señorío y gesto altanero, expuso el Rey de la Selva, alegre y risueña, la Hiena dijo lo suyo, como una trompa, el elefante, llegó a la convocatoria y aportó su opinión; escurridiza y silvante, la Serpiente apuntó también contra los loros; los lineamientos de la cebra, fueron muy precisos; boqueada tras boqueada el Hipopótamo dejó un chorreante concepto; con garra, el Águila marcó su dictamen. Cada cual de una forma u otra emitieron sus quejas: se habló del estupido comadreo cotorralñ, de las incoherencias, del palabrerío insulso, de la constante trapatiesta,que sin descanso se oía todo el día. Ese parlanchineo jamás se agotaba, no se podía mantener con ellos, una conversación de buen contenido, con miras a un correcto intercambio de ideas y pensamientos, no se pasaba del inútil intercambio de palabras comunes y hasta sin sentido; solo eran palabras, dichas y pronunciadas en forma tonta y pueril. Ni tan siquiera el más anciano de los loros, era capaz de mantener una charla amena, y, cuando algunos de ellos intentaba cordinar algo sensato, otros se acoplaban a la charla y comenzaban a das opiniones totalmente ajenas al tema; así ninguno entendía nada. Sólo ellos parecían alegres y satisfechos de su estúpida vocinglería.
Todos opinaron: los más violentos, querían acabar copn los loros y terminar con esa plaga, otros más contemplativos, sugerían echarlos de la selva. Pero primó, por supuesto, la armonía y la razón. Se decidió hablar con ellos en forma pacífica y civilizada; fue entonces que el Búho propuso hacer un gran encuentro en un claro de la selva...invitar a los loros y exponerles las quejas y hablar sobre conductas, costumbres y urbanidad. En esa reunión se les haría conocer: normas de convivencia, tanto entre sí, como con los demás animales, y, aclararles que todos tenemos el derecho de la palabra, pero no así, en forma tan despreocupada e incoherente como ellos lo hacían. Los asistentes quedaron conformes y dispuestos a poner a los loros, en la buena senda de la palabra.
Animales de todos los rincones llegaron en aquel magnífico día. Los loros en grandes bandadas, habían poblado un gran sector de la arboleda. Presidida por el Señor Búho, dió comienzo a la sesión, alli se observó el comportamiento de la altanera mayoría, que con actitudes y miradas de suficiencia incitaban a los loros, que muy callados, esperaban lo que aconteciese. No hubo debate, la mayoría aprobo por unanimidad, la totalidad de las propuestas, a saber: se dijo que todos podían hablar, pero debía respetarse el orden de la palabra, considerar la palabra de los mayores, hablar con conocimiento de la causa, no interrumpir sin tener la palabra, no se debía levantar la voz. Así se fueron dando normas de cómo se debe escuchar y hablar en forma armoniosa y educada, para conformar un lugar ameno, tranquilo, donde el respeto por la palabra bien dicha y mejor escuchada, fuera el deber y el derecho de todos. Con aplausos y abrazos se dió por finalizado el acto.
Para celebrar tan magnífica jornada, se invitó a brindar con un Trufer amontillado, que muy oportunamente los loros habían aportado. Al comienzo se bebió muy parmoniosamente, pero como el Trufer estaba delicioso se libó en demasía, por lo tanto: -todos borrachos- . Así, comenzó una zarabanda que fue creciendo, hablaban, se abrazaban, reían, bailaban, saltaban alegres y despreocupados; pasaron horas y horas bebiendo, y alli quedaron desparramados, desde el Rey de la Selva, hasta el picaflor. Las luces de un nuevo día alumbró el lugar, al despertar el león intentó hablar...sólo gruñó, a la jirafa, no le salió ni un solo sonido,y, los hipopótamos, abrían y cerraban la bopcaza en forma ridícula, nada supieron decir; el desconcierto y la desazón fue total, nadie entendia nada...!Se le había acabado el don de la palabra..! Solo los loros, seguían hablando y chillando como siempre, pues como se sabe...el Trufer amontillado, no los afecta en nada.
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