Mi mano no te evoca
porque en ti no tuvo ademán ni caricia,
sólo alguna vez la tierra
escurriéndose entre los dedos.
Polvo y barro, sustancia conocida.
Mis ojos no te evocan
porque saben que el espinillo
no es privilegio de belleza
ni las lomas o el agua
sitio exclusivo para el canto.
Mis oídos recogen
el cacareo de la siesta,
cuerno del heladero de la infancia,
petardo de una moto a medianoche.
Mi boca es el sabor y las recetas,
el paladar que no la blanda puerta
donde el beso acumula su prodigio.
Lo que de mí retienes se alza solo,
fuera del tú
sin el que nada somos.
Es el perfume que me trae el aire
a través de las rejas de una casa.
Así tras el olfato en mí recobro
esa figura de papel que he sido
en las borrosas fotos de otro tiempo.
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