martes, 29 de noviembre de 2005
La desnudez del dibujante
-¿Cuál es su definición sobre lo que significa dibujar?
-El dibujo es la conciencia del tipo. Es el alma, está relacionado con la escritura más que con la forma. Es imposible esconderse detrás de un lápiz, no hay arcilla que lo salve ni colores que disimulen. Está desnudo, está frito, sonado, no puede macanear. No le queda otra que decir la verdad.
-¿A qué dibujantes y artistas ha admirado y seguido de cerca?
-Todos los clásicos (Leonardo, sobre todo, y también Holbein), pero, más acá, Ingres, Degas, Daumier. Y Feininger, Schiele y Pascin. De los argentinos, los gráficos nombrados anteriormente, y decenas de ilustradores e historietistas... a los pintores no les sale.
-Siempre habla de la necesidad de reflexión previa a la creación de imágenes. Eso, ¿le fue inculcado desde la Escuela de Bellas Artes o ya de joven se presentaba en usted esa inquietud?
-Son enseñanzas de buenos profesores como Devoto o Pujía. La creación de una imagen es tarea intelectual y no física. Hay que prepararse como para una emboscada y actuar. Por eso, el pensamiento previo, la reflexión, la concentración son fundamentales.
Una temprana exposición
-Su padre era músico (violinista) en una orquesta de tango. ¿Llegó a ver su trabajo de manera profesional?
-Sí, pero en una primera etapa, ya que murió muy joven. Él hizo mi primera exposición. Además de ser violinista, tenía una zapatería de barrio, y un día reemplazó el calzado exhibido en una de las dos vidrieras por mis dibujos, para que los vecinos advirtieran que su pibe tenía esa rara habilidad.Estos estímulos afectivos, estas palmaditas en la espalda deciden a veces una vocación.
-¿Qué recuerdos tiene de su época de estudiante de Artes Visuales?
-Bastante buenos, era una buena época de las dos escuelas de artes: la Belgrano y la Pueyrredón. No sólo porque había algunos profesores ejemplares, sino también compañeros de conocimientos notables.Al estudiar en el turno noche, porque de día trabajaba en una fábrica, yo, que era un adolescente, tenía compañeros de 30 ó 40 años que ya eran especialistas en algo bien concreto: el románico, expresionismo, lo que fuere... El intercambio era espectacular. De todos modos, a los 17, cuando ingresé, mi especialidad era Cezánne, o sea que tenía algo bajo el brazo para ofrecer a los muchachos.
Lucas Cejas
Edición vespertina de diario El Litoral del dia sábado 23 de julio de 2005
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