viernes, 11 de noviembre de 2005

"EL VOMITO Y BORGES"

Mañana del lunes 24 de octubre, un frío inusual aún se alojaba entre mi cuello y estas latitudes. Un fenómeno incómodamente desacostumbrado para esas épocas del año, vaticinaba los estragos del cambio climático. En ese momento sentí la irreversibilidad de una entropía mundial, pensé, y aun pienso que el mundo se acerca a su fin, o simplemente nuestra arrogancia positivista de dominio sobre las leyes naturales es tan perjudicial como insuficiente. Un octubre helado, huracanes, tsunamis, terremotos, inundaciones y sequías por igual… Si tales sucesos hubieran tenido lugar en la Grecia Antigua, la Grecia de Homero y Sófocles, los griegos hubieran atribuido el acontecer de tales fenómenos al capricho de los dioses. En la actualidad, tenemos oráculos en los laboratorios. Encuentro mucho más interesante la mitología griega, que la superstición científica. Prefiero rendirle culto a Zeus, y no a un termómetro.
En fin, hacía frío, estaba angustiada por el cataclismo climatológico y además, hacía veinte minutos estaba en la desolada estación de ómnibus, esperando el colectivo que nunca tiene planes de llegar a tiempo, y cuando finalmente arriba, la carcasa parece desfallecer y derrumbarse en la plataforma, la plataforma junto con ella, y toda la estación junto con la plataforma.
Eran las 8 de la mañana, con suerte estaría en Koiné para el mediodía, aunque me daba lo mismo llegar o no llegar, no tenía la más pálida voluntad de partir. Cuando nos vemos obligados a hacer viajes indeseables, ya sean desdeñables por el lugar en sí mismo, la tarea que tenemos pendiente allí, o por las personas con las que tenemos que tratar, o por todos esos motivos a la vez, nos volvemos expertos en encontrar excusas, algunas incluso muy creíbles y bien confeccionadas, para evitar aquello.
Una hora antes, en casa, cavilé, no había hallado ningún pretexto del que no hubiese abusado antes, mientras metía un par de prendas en mi vieja mochila de viaje (luego advertí un error recurrente: siempre elijo muy mal mi ropa para el viaje, llevo poco abrigo, aunque claramente no es mi culpa que el clima se haya vuelto tan impredecible, como ya dije, siempre me pasa lo mismo; y además siempre olvido mi cepillo de dientes, aunque claro no podría afirmar que eso también sea consecuencia del efecto invernadero, o de la capa de ozono, sería tan negligente como proponer que hoy no usé desodorante por la tala de bosques en Brasil).
Mochila al hombro, tragando el fondo de la tercera taza de café (¡Qué sería de mí sin la cafeína…acaso una forma de vida inferior!), me concentré en la recreación retrospectiva, más o menos lúcida, del sueño que había tenido la noche anterior. En un nebuloso contexto, soñé con un auto que no tenía puertas, y eso la verdad que me extrañó sobremanera, porque a mí no me gustan en absoluto los autos, ni ningún medio de transporte, no sé manejar ni autos, ni motos, ni bicicletas, ¡por favor! me resultan detestables todos, sólo me siento segura andado sobre mis pies, luego no comprendía porque mi mente habría de atender mientras duermo, cosas por las cuales no me preocupo ni cuando estoy despierta. Ciertamente, fue una traición de mi conciencia. (¡Traidora, te dije que jamás aprendería a manejar, ¿acaso me quieres quitar la libertad?!) Y además, el hecho de que el auto no tenga puertas…podría tener un potencial significado escatológico superior, o ser una revelación que en algún futuro revolucione la industria automotriz, pero como tampoco creo que los sueños tengan algún sentido último que debamos desentrañar o advertir, no me molesté en hacer conjeturas de mi desliz onírico.
A todo esto, ya era casi el tiempo de partir, tomé mis cigarrillos y el segundo tomo de las obras completas de J.L. Borges para ir leyendo en el camino.
Subiendo al colectivo, la misma imagen de siempre: sombreros de paja o de qué se yo, bombachas de campo, ¡niños como moscas! ¡Niños-moscas!, esa esencia a vino y "rodeo", que, según mi experiencia, se ha convertido en la cualidad sine quan non de ese mefítico colectivo que va hacia Coiné…y mi silencioso autoreproche por encontrarme una y otra vez en la misma situación.
Lo primero que advertí en el pasillo es que estaba mojado, presumiblemente un intento de limpiar el piso empapado en el vómito de algún pobre estómago, que no se sobrepuso al aroma entrañable de vino y "rodeo", choripán y chicitos (estas últimas, virtudes privativas de mi especie favorita de viajero frecuente: los chiveros).
Ocupé uno de los asientos del medio de las filas, y me puse lo más cómoda que pude para la circunstancia. Tal vez a raíz de un principio de paranoia, siempre me siento excesivamente observada por los demás pasajeros. Enteramente vestida de negro, pálida pero sombría, como no podría ser de otra manera, tal vez me tomaron por integrante de alguna secta gnóstica. Haciendo caso omiso de sus irritantes miradas, todas igualmente desconcertantes o insípidas, pero todos me miraban, ahogándome en conjeturas, ¿qué saben de mi vida? ¿qué miran? ¡me quiero bajar!. Recobrando la compostura traté de recordar, aquella frase que había recogido, no sin poca desconfianza, en el grupo de autoayuda para paranoicos, de que "toda paranoia es irracional", al tiempo que hacía el mismo esfuerzo para olvidar el olor a náusea y la existencia en general.
Me monté mis anteojos de marco dorado, y abrí el libro de Borges en uno de sus ensayos titulado "De alguien a nadie" (Otras Inquisiciones, 1950). A priori reflexioné que podría tratarse de un ensayo de matiz metafísica acerca, acaso, de la infinitud de la personalidad shakesperiana. `"En el principio, Dios es los Dioses (Elohim),…en el que se ha creído notar un eco de anteriores politeísmos o una premonición de la doctrina, declarada en Nicea, de que Dios es Uno y es Tres"´. Esta voz hebrea nos representa un ser íntegro, concreto (advierto, contra mi creencia, de que el dualismo no fue la primera intuición del hombre teológico). Borges nota que dios es un ser que se define a sí mismo por rasgos y pasiones humanas: `"Porque yo Jehová tu Dios soy un Dios celoso", y en otro, "He hablado con el fuego de mi ira". El sujeto de tales locuciones es indiscutiblemente Alguien, un Alguien corporal que los siglos irán agigantado y desdibujando"´. A partir de estas líneas, Borges pone en evidencia un problema que desde siempre ha perturbado a los teólogos: ¿Qué puede predicarse del Ser de Dios? Cómo hallaron que no hay afirmación que pueda hacerse de Dios sin limitarlo, no hay atributos que no exceda…Dios terminó por desvanecerse en la doctrina como una Nada Creadora "Creatio ex nihilo". Los primeros teólogos razonaron que el ser de Dios era lo más excelente, la plenitud del Ser. Luego, a pesar de todos sus avemarías, los sobrecogió una celestial frustración que los movió a formular que nada es más excelso que la Nada de Dios, Dios es la Nada, probablemente ni El sepa Quién es. La más absoluta indeterminación. ¿Qué esa acrobacia dialéctica sino una mera imposibilidad de la razón y lenguaje para dar cuenta de la esencia divina? (Ahora entiendo lo que significa "poner las esperanzas en nada") Finalmente, me di cuenta de que lo que supuse al principio era correcto: Borges sí estaba hablando de Shakespeare…
Escuché unas voces desde los asientos de atrás y detuve mis cavilaciones, tal vez dije algo en voz alta; otra vez todos me miraban, ¡incluso una nenita bizca, inequívocamente me estaba mirando! Por suerte faltaba poco para llegar. Tenía la vista cansada de tanta lectura, así que cerré los ojos e intenté dormitar un rato.

DESDEMONA (CURUZU CUATIA - CORRIENTES)

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